jueves, 3 de septiembre de 2009

EL CASTILLO DE IRAS Y NO VOLVERAS




El castillo de irás y no volverás
En un hermoso pueblo al lado del mar vivía un pescador con su
mujer.
Eran ya mayores y no tenían hijos. Sólo se tenían el uno al otro.
Todas las mañanas, muy temprano, el hombre salía de su casa
para ir a pescar. Un día, cuando llegó al mar, se montó en su pequeño
barco y se alejó unos metros de la playa. Lanzó la red al agua y al
sacarla, vio que un pez muy grande se había quedado atrapado en ella.
Lanzó la red al agua y al sacarla, vio que un pez muy grande se
había quedado atrapado en ella.
Cuando vio al pescador, el pez asustado le dijo:
- ¡No me lleves a tu casa, por favor! ¡Devuélveme otra vez al
agua! Y el pescador le respondió:
- Lo siento, pero no puedo devolverte al agua. Mi mujer y yo no
tenemos dinero para comprar comida y lo único que podemos
comer es lo que pesco cada día.
- De acuerdo –contestó el pez-. Puedes llevarme a tu casa, pero
cuando terminéis de comer, tienes que recoger todas las
espinas menos dos, y guardarlas bien durante quince días.
Entonces irás al lugar en el que hayas guardado las espinas y
encontrarás a dos niños que deberás cuidar como si fueran
hijos tuyos. Para protegerlos, cuélgales las otras dos espinas al
cuello, y así nunca podrá pasarles nada malo.
El pescador llevó el pez hasta su casa y su mujer preparó con él
una maravillosa cena.
Cuando terminaron de cenar, el pescador
recogió las espinas y las guardó detrás de unos árboles que había en los
alrededores. A los quince días, volvió a aquel lugar como había
prometido al pez y se encontró con dos bebés preciosos, tan iguales
entre sí que parecían uno solo. El pescador lleno de alegría llevó a los
niños hasta su casa y allí, su mujer y él los cuidaron como si fueran sus
propios hijos.
Los años fueron pasando y los niños crecieron. Sus padres eran
ya muy viejos y no podían trabajar.
Una noche, mientras el pescador y la mujer dormían, uno de los
hermanos le dijo al otro:
- Esta noche saldré de casa a buscar un lugar mejor para todos.
- Toma esta pequeña botella llena de agua. Llévala siempre
contigo. Si el agua cambia de color es porque algo malo me ha
sucedido, de modo que sal enseguida a buscarme.
El joven hermano se guardó un cuchillo para protegerse de los
peligros de la noche y salió de su casa en busca de un lugar mejor en el
que vivir con su familia. Anduvo durante muchos días a través de un
bosque sin encontrar nada hasta que una noche, mientras se preparaba
para descansar un poco, en medio de la oscuridad pudo distinguir
unas luces en el horizonte. ¿Qué podrían ser? Parecían casas.
Sí, eran casas. Al fin había llegado a algún lugar. Aunque estaba
cansado, decidió llegar esa misma noche hasta el pueblo.
No había caminado unos minutos cuando se encontró con unos
leñadores que volvían a sus casas y les preguntó si sabían qué pueblo
era el que se veía desde ese lugar.

- Es un pueblo muy rico – le explicó un leñador-, pero nadie
puede entrar ni salir. Antes de llegar hay en el bosque un
monstruo de siete cabezas que controla la única entrada del
pueblo. Así protege al pueblo de todos los peligros, pero a
cambio, todos los años ese monstruo se lleva a la joven más
guapa del pueblo, y este año se llevará a la hija del rey, que ha
prometido que si alguien mata al monstruo antes de que se
lleve a su hija, podrá casarse con ella.
El chico pensó durante unos instantes. Había encontrado la
solución a sus problemas. Se despidió de los leñadores y corrió hacia la
puerta del pueblo a buscar al monstruo de las siete cabezas.
Cuando faltaban unos metros para llegar a la entrada del
pueblo, de entre la oscuridad del bosque apareció un monstruo
gigante con siete cabezas, que le atrapó con sus garras dispuesto a
matarlo. El joven no podía hacer nada; el monstruo lo tenía atrapado.
Por un momento creyó que había perdido la lucha, pero de
pronto recordó algo que le había dicho su padre cuando era pequeño.
Con mucho esfuerzo, acercó una mano a su cuello y allí encontró la
espina que le protegería. Agarró la espina con fuerza y se la clavó al
monstruo, que cayó al suelo sin vida mientras daba un grito
estremecedor.
El muchacho, aunque estaba agotado de la lucha, cortó las siete
lenguas de las siete cabezas del monstruo para llevárselas al rey y
poder así casarse con su hija.
Así que decidió andar un poco más y buscar un lugar seguro
para dormir hasta la mañana siguiente, en que iría a ver al rey y llevarle
las siete lenguas.
A la mañana siguiente, el joven comenzó su camino hasta el
castillo del rey.
Cuando llegó a las puertas del castillo recibió una gran sorpresa:
no podía ver al rey porque durante la noche, un leñador había matado
al monstruo y le había llevado las siete cabezas, y la boda entre la hija
del rey y el leñador se estaba celebrando en el castillo en ese momento.
El joven no podía quedarse sin hacer nada: tenía que ver al rey y
contarle la verdad. Dio una vuelta alrededor del castillo en busca de la
sala en la que se estaba celebrando la boda y cuando la localizó, trepó
por el muro del castillo y de un salto, entró por una ventana.
- Arrestarle – dijo el rey.
- No majestad, espere – replicó el muchacho-. La boda no
puede celebrarse. El leñador es un farsante.
- Habla – ordenó el rey.
El chico, tras disculparse ante el rey por presentarse de ese
modo, le contó la verdad: que él había matado al monstruo. El rey no
podía creer lo que el muchacho le contaba.
- ¿Cómo puedes probar que lo que dices es cierto? – preguntó
el rey.
- Anoche, yo mismo maté al monstruo. Como prueba de que lo
que digo es cierto traigo aquí sus siete lenguas. Esto significa
que yo lo maté antes de que el leñador con su hacha cortase las
cabezas del monstruo. Comprobad si las cabezas que trajo el
leñador tienen lengua o no.

El rey, tras ver que lo que decía el chico era cierto, mandó
expulsar del pueblo al leñador inmediatamente y casó a su hija y al
hijo del pescador ese mismo día, como había prometido. Los recién
casados disfrutaron del banquete y de una gran fiesta. El chico estaba
feliz. Ahora podría volver a su casa a buscar a su familia para que
vivieran todos en aquel maravilloso pueblo.
La fiesta terminó y la hija del rey acompañó al joven a su
habitación. Cuando llegaron, el chico se asomó a la ventana para
respirar el aire fresco de aquel lugar y vio a lo lejos un castillo rodeado
de unas extrañas luces.
- ¿Qué es aquello? – preguntó a la hija del rey.
- Es el castillo de irás y no volverás – respondió la princesa-. Allí
vive una vieja y malvada hechicera. Todos los que van,
desaparecen. Nadie sabe qué sucede, pero ninguno de los que
han ido a capturar a la bruja ha conseguido volver. Mi padre
ha prometido regalar el castillo y todas las tierras que lo
rodean al que consiga acabar con ella.
Entonces el chico tuvo una idea. Esperó a que la princesa se quedara
dormida y salió del castillo en silencio. Se montó en el caballo más
veloz del rey y con una lanza se dirigió a toda prisa hacia el castillo de
la bruja.
Cuando llegó, vio a cientos de hombres tumbados en el suelo
sumidos en un profundo sueño.

Mientras los intentaba despertar para que le ayudaran a acabar
con la bruja, ésta, desde una ventana, le lanzó su poderoso polvo del
sueño y se quedó dormido junto a los demás.
En ese momento, su hermano, que nunca se había separado de la
botella que le había dado cuando se marchó, vio cómo el agua iba
cambiando de color.
Preocupado, salió de casa y cruzó sin descanso el bosque
durante varios días y varias noches hasta llegar al pueblo.
Era ya muy tarde cuando la princesa, que estaba asomada a la
ventana de la habitación para ver si volvía su amado, vio llegar al
hermano cansado del viaje. Bajó a buscarlo creyendo que era su
amado, pues los dos se parecían mucho.
- Te he echado mucho de menos – dijo la princesa-. ¿Dónde has
estado este tiempo?
Él, que no quería preocupar a la princesa, le respondió:
- He ido a ayudar a mi hermano porque estaba en problemas.
La hija del rey, más tranquila, acompañó al que creía su marido a
la habitación. Al llegar a la ventana, el hermano preguntó a la
princesa:
- ¿Qué es aquel castillo que se ve desde aquí?
- Te dije que es el castillo de irás y no volverás. No vayas, por
favor, me da mucho miedo la malvada hechicera que vive allí.

El chico comprendió dónde podría estar su hermano. Cuando la
princesa se durmió, salió de la habitación en silencio, y corrió con un
caballo hasta el castillo de la bruja.
Al llegar, vio a su hermano dormido en el suelo. Se bajó del
caballo para despertarlo, pero mientras lo intentaba, la bruja, que
vigilaba todo desde una ventana, le lanzó su poderoso polvo del sueño.
Algo iba mal para la bruja: el chico no se dormía. Le lanzó más y más
polvo pero no tenía efecto.
Entonces, la bruja completamente encolerizada se lanzó desde la
ventana hacia el joven y agarró con sus feas manos el cuello del chico
para acabar con su vida.
Él sentía que ya no tenía aire e intentaba quitar las manos de la
bruja de su cuello, cuando, de pronto, tocó la espina que llevaba
colgada y recordó las palabras de su padre. Con fuerza, clavó la espina
en una mano de la bruja, que se quedó paralizada.
Después, en un segundo, su horrible figura se convirtió en un
humo negro, desapareciendo así para siempre.
El sol empezaba a salir y todos los hombres que estaban
dormidos alrededor del castillo de la bruja empezaron a despertarse.
Cuando todos se despertaron, dieron las gracias al nuevo héroe
por salvarles del hechizo de la bruja y lo llevaron a hombros hasta el
castillo del rey. Allí, el rey y la princesa salieron a recibirlos.
La princesa, al ver que su amado no era uno, sino dos, y que
además venían acompañados de todos los valientes que intentaron
desde hace años acabar con la bruja, pidió una explicación.

Los dos hermanos le contaron toda la historia, y el rey, muy
contento por el valor que había mostrado el muchacho al haber
derrotado a la bruja, mandó ir a buscar a sus padres y les regaló, como
había prometido, el castillo para que vivieran tranquilos el resto de su
vida.
El hijo que se había casado con la princesa vivió feliz
junto a ella, y muchos años después se convertiría en el rey del lugar.
El nuevo rey tendría siempre como consejero a su hermano, del que
nunca volvería a separarse.
FUENTE: Cuentos populares

EL ANGEL DE LOS NIÑOS


EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:
- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy.
- Entre muchos ángeles escogí uno para tí, que te está esperando y que te cuidará.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.

-¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?

- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
-¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?

- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.
- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?

- Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.

- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado. En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando...
-¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tu le dirás : MAMÁ.