viernes, 22 de abril de 2011

EL ZAPATERO Y LOS DUENDES



Hermanos Grimm

Hace mucho tiempo, había un pobre zapatero que casi no tenía trabajo.Un día, triste y cansado, cortó el último trozo de cuero que le quedaba, pues no tenía dinero para comprar más, y se fue a dormir muy temprano.

Cuando, a la mañana siguiente, el zapatero se levantó y entró en su modesto taller, se encontró con la sorpresa más grande de su vida: sobre su mesa de trabajo había un hermoso par de zapatos, hechos con el cuero que había cortado el día anterior.

El zapatero llamó a su esposa y le preguntó si los había hecho ella, pero la mujer tampoco sabía nada.

Examinaron los zapatos con atención, y comprobaron que era el mejor trabajo que habían visto nunca: quien quiera que hubiese hecho aquellos zapatos era un auténtico artista.
Al poco rato pasó por allí un señor muy rico y distinguido y vio los zapatos desde la puerta. Entró y le dijo al zapatero:

- Buen hombre, ¿me permite ver esos zapatos, si es que están en venta?
- Por supuesto, señor -contestó el zapatero, dándole los zapatos.


El cliente los examinó con atención y dijo:

- Le felicito, son los mejores zapatos que he visto en mucho tiempo. De ahora en adelante, siempre le encargaré a usted mi calzado, y además pienso recomendarle a mis amigos.


El caballero pagó muy generosamente los zapatos, y el zapatero corrió a enseñarle las monedas a su mujer.
Luego fue a comprar cuero, hilo y todo lo que necesitaba para seguir trabajando, lleno de alegría por su buena suerte.

Gracias a las monedas que su distinguido cliente le había dado, el zapatero pudo comprar material para hacer otros dos pares de zapatos.
Esa noche cortó el cuero, preparó los hilos y se fue a dormir temprano, pues estaba agotado a causa de la emoción.

En la cama, su mujer y él estuvieron charlando largo rato, haciendo todo tipo de suposiciones sobre quién podría haber cosido tan primorosamente los zapatos la noche anterior. Pero, por más vueltas que le daban, no podían aclarar el misterio, y al fin se durmieron.

Cuál no sería la sorpresa y la alegría del zapatero cuando, a la mañana siguiente, encontró sobre su mesa dos pares de zapatos tan bonitos como los del día anterior.
Llamó a su mujer y juntos bailaron de contento, seguros de que algún misterioso protector velaba por ellos.

Los nuevos pares de zapatos se vendieron tan rápidamente como los anteriores, y el zapatero pudo comprar más material... ¡Y al día siguiente encontró cuatro pares de zapatos perfectamente acabados!

A las pocas horas los había vendido todos y compró más cuero.

La historia se repitió una y otra vez, y el zapatero cada vez tenía más clientes, pues todos los que compraban sus zapatos se los recomendaban a sus amigos y conocidos. Al cabo de unos días, había una larga cola ante la zapatería.

Un día, el zapatero le dijo a su esposa:

- Hace más de una semana que nuestro misterioso benefactor viene a trabajar para nosotros durante la noche, y me gustaría saber quién es.

- A mí también - dijo la mujer -, pero a lo mejor no quiere que lo eamos, pues de lo contrario ya se habría presentado, en vez de venir cuando estamos durmiendo.

- Por eso - dijo el zapatero -, lo tenemos que hacer es escodernos esta noche en el taller e ir turnándonos para dormir, y de esa forma lo veremos cuando venga a hacer los zapatos.

Así lo hicieron, y al dar la media noche el zapatero y su esposa vieron el más increíble de los espectáculos: unos hombrecillos diminutos, de menos de un palmo de altura, entraron en el taller y empezaron a coser los zapatos.

Iban completamente desnudos, y trabajaban con tal rapidez y habilidad que los zapatos salian de sus manitas uno tras otro como por arte de magia. Al cabo de unas horas, todos los zapatos estaban terminados, y los minúsculos hombrecillos se marcharon tan silenciosamente como habían llegado

- pobrecillos, van desnudos y deben pasar frío - dijo la mujer.

- Y además van descalzos - dijo el zapatero -, Podríamos hacerles ropa y zapatos en agradecimiento por lo que ellos han hecho.

Inmediatamente, el zapatero y su esposa se pusieron a trabajar.

Al día siguiente tenían listos un montón de zapatitos y ropitas para los duendes. Por la noche, lo pusieron todo sobre la mesa y volvieron a esconderse para ver que pasaba.

Al dar las doce, aparecieron de nuevo los hombrecillos, y al ver los diminutos vestidos y zapatos qque habían preparado para ellos, se pusieron a dar saltos de alegría. Empezaron a ponerse las ropitas, como si fuera un juego muy divertido, y cuando todos estuvieron vestidos y calzados, se marcharon alegremente por donde habían venido.

Los duendes no volvieron nunca más, pero como el zapatero ya se había hecho famoso y le sobraba el trabajo, él y su mujer vivieron felices el resto de sus días